Delhy Tejero, una imaginación ensimismada en las décadas centrales del siglo XX

Abstract

Se analiza aquí, fundamentalmente, la presencia de la pintora Delhy Tejero (Toro, 1904-Madrid, 1968) en el panorama artístico español de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, esto es, las décadas centrales del pasado siglo, pero también las últimas de la trayectoria profesional de la artista zamorana. Así, esta inscripción y esta trayectoria atienden a su vuelta a los géneros figurativos tradicionales (producida a comienzos de los años cuarenta), a su readaptación vanguardista (que, con los pasos previos que partían del surrealismo, ya en los cincuenta, conseguirá con su utilización de la abstracción y la configuración de su particular “perlismo”) y, finalmente, desde el final de los cincuenta y hasta su fallecimiento, al equilibrio alcanzado entre la figuración y la abstracción en una suerte de conjugación alternante de ambas. Además, no se aisla a la pintora de las décadas anteriores, que actuaron como punto de partida y contuvieron enseñanzas siempre recurrentes. Así se recuerda su paso por tales años, tras su salida en 1925 de Toro –ciudad de su infancia y adolescencia– y su llegada a Madrid para recibir formación; o, lo que es lo mismo, tanto a sus formativos años veinte, en los que se acercó a algunos de los centros y figuras más representativos de la cultura del momento, como, sobre todo, a sus comienzos profesionales de los treinta, con su coqueteo con el art decó y el interés por las posibilidades neocubistas, expresionistas y surrealistas. Con todo, a pesar de los vaivenes y dualidades siempre presentes en su producción, se distinguen tres momentos diferenciados en la actitud y trayectoria artística de Delhy Tejero desde su “alternativa” profesional. Es decir, en primer lugar, el de búsqueda y paulatino aumento del vanguardismo durante los años treinta, que culmina entre 1938-1939 con su acercamiento directo al surrealismo parisino. En segundo lugar, la ralentización, incluso el declive del avance renovador que, en medio de un embargo de espiritualismo y eclecticismo, registrará su obra en los años cuarenta; durante los cuales, no obstante, la pintora conservará latente y ocasionalmente hará emerger las enseñanzas vanguardistas de la etapa anterior. Y, finalmente, el momento más experimental y de renacer hacia la vanguardia que se dará en su producción a partir de 1951, como ella misma registrará; etapa en la que arrancará de la recuperación de su propia experiencia y medios surrealistas, para luego caminar hacia la abstracción –a pesar de no dejar de lado otras vías indagatorias figurativas y alternarlas–, incorporando desde entonces a su producción verdaderas innovaciones, como las matéricas de su “perlismo”.