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Presidencia del CSIC
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2001
Esta es la primera vez que tengo el honor de escribir la introducción a la memoria anual del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en este caso la correspondiente al último año del segundo milenio de la era cristiana. Ha sido un año rico en acontecimientos importantes para el CSIC. La creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, al cual está adscrita nuestra institución y la publicación del Estatuto del CSIC en el BOE del 2 de diciembre son dos de los más notorios. Aunque hay una tradición consagrada de resaltar algunos de los éxitos más relevantes conseguidos por la institución durante el año, o alguno de los acontecimientos más destacados que la han involucrado, quiero romper pacíficamente con esta tradición y, en fiel reflejo de mi idiosincrasia, referirme brevemente a lo largo de las próximas líneas a varios aspectos del CSIC y de la política científica española que considero que merecen especial atención y, finalmente, reflexionar sintéticamente sobre un tema de especial relevancia para nuestra institución, pero también, sin duda alguna, controvertido, e incluso polémico.
El CSIC está formado por algo más de cien centros, estaciones experimentales e institutos. La investigación moderna, en particular la observacional y experimental, requiere unas masas críticas, y una disponibilidad de instalaciones e instrumentos científicos difícilmente alcanzable con esta generosidad numérica. Además, suele ser más fácil justificar la creación de un instituto que dotarlo adecuadamente para que pueda cumplir con los objetivos subyacentes a su creación. Si nos comparamos con instituciones como el National Research Council Canada o la Max Planck Gesellschaft con sus 17 y 78 institutos respectivamente, entenderemos que se está hablando de cosas distintas. El menor tamaño de nuestros institutos exigirá un mayor esfuerzo para competir por proyectos y redes en el VI Programa Marco. La atomización de los grupos de investigación
no hace sino agravar el problema.
Tener capacidad para atraer a algunos excelentes científicos, españoles o no, con sueldos casi competitivos y ofreciéndoles el entorno mínimo para que su investigación no sufra un descalabro continúa siendo una asignatura pendiente para nuestro sistema. Mientras tanto, y dado el altísimo nivel de competitividad en el que se mueve la investigación hoy en día, algunos de nuestros mejores investigadores continúan recibiendo ofertas del extranjero, a veces casi irrechazables, que, claro está, algunos aceptan. No tenemos en la actualidad instrumentos adecuados para contraofertas con éxito.
La investigación se ha hecho compleja: hay que preparar proyectos, gestionarlos, hacer informes, preparar peticiones de equipamiento, dar conferencias, organizar congresos, preparar reuniones con empresas, opinar en los medios, divulgar, dar cursos, organizar el trabajo de investigación, patentar, estar en tribunales y comisiones, participar en mesas redondas, desarrollar nuevos procedimientos e investigar. Este espectro de actividades sólo se puede cumplir satisfactoriamente
con un personal administrativo y técnico suficiente y suficientemente remunerado. No lo tenemos. La alternativa es pedir a nuestros investigadores dedicación y voluntarismo sin límites. Muchas y muchos lo dan con generosidad, pero esta situación es difícilmente sostenible.
La I+D se mueve con celeridad. Hay que poder contratar ágilmente, poder construir con plazos justos, poder disponer de la financiación para la investigación antes de que el proyecto presentado requiera una actualización, poder comprar equipamiento en condiciones financieras óptimas, saber
con qué se podrá contar en los próximos años, conocer las fechas, condiciones y dotaciones económicas de las convocatorias públicas de antemano, y tener más capacidad de decisión. El ritmo de la gestión en el mundo de la ciencia y de la tecnología debe ser comparable con el del mundo de las
empresas; no sólo para optimizar procedimientos y recursos, sino también para facilitar la colaboración con éstas.
Las estructura en áreas del CSIC, base de su organización científico-técnica, sufre las tensiones debidas al peso creciente de la investigación multi y pluridisciplinar. La forma frecuentemente distinta de investigar en humanidades y el peso marginal de las ciencias sociales son ejemplos de otros
temas que demandan reflexión en el CSIC.
La creación de redes horizontales en algunas líneas de investigación como instrumento que supere las limitaciones debidas a la localización geográfica de los institutos o 511
encasillamiento temático debe ser también analizada cuidadosamente para poder abordar los grandes problemas que la investigación moderna presenta.
Y más. Trabajaremos en estos y otros temas que nos preocupan. Las soluciones requerirán legislación, recursos, reorganización y voluntad. Sólo podemos garantizar lo último, comprometernos con lo penúltimo, persistir en la búsqueda de lo segundo
y colaborar con nuestro Ministerio en lo primero.
Al margen de las anteriores consideraciones, que no por generales carecen de actualidad, queremos hacer una reflexión sobre el futuro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y más concretamente sobre su papel dentro de un Estado en el que la transferencia de competencias a las
Comunidades Autónomas posiblemente dé aún mucho que hablar a medio plazo. La razón es que las transferencias funcionan como una rueda de trinquete, sólo suelen ir en un sentido, y aunque puedan estar al pairo durante ciertos períodos, en algún momento vuelven a activarse. Precisamente
porque la situación política actual no da lugar a dudas sobre el carácter estatal del CSIC es por lo que lo considero un momento ideal para desgranar algunas consideraciones sobre este tema; ahora se puede hacer de forma objetiva, sin polémica, pausada y científicamente, con el único objetivo de servir al desarrollo de la investigación en nuestro país y, al mismo tiempo, de servir a nuestra institución. Quiero ya de ante
mano disculparme por hacer aquí justo algo que suelo criticar por lo poco fiable que es: analizar el futuro; pero a pesar de ello creo que nos puede ser útil.
Hay dos modelos de CSIC: el modelo que Hanuaré "competidor" y el modelo que denominaré "adyuvante". El modelo competidor es el que domina en la actualidad. El CSIC en este modelo es una institución estatal dedicada ante todo a la ejecución de tareas de investigación, básica o aplicada, a veces en colaboración con universidades u otros centros públicos que también son activos en investigación, a veces en colaboración con empresas u otras entidades privadas con actividades de I+D. En este modelo las universidades suelen ver al CSIC más como competidor, con el que han de compartir recursos, que como institución que se los ofrece o ponga su disposición. Aunque tenemos institutos mixtos con ellas éstos deben ser considerados como iniciativas que benefician aproximadamente por igual a las dos partes, en las que el esfuerzo conjunto permite ir más lejos de lo que las partes podrían alcanzar por separado.
En este modelo los recursos humanos y económicos asignados al CSIC, o que este consigue, son para la institución, y dadas las necesidades no satisfechas es difícil imaginarse que pueda ser de otra forma. El carácter esta tal de la institución se refleja ante todo en su presencia en prácticamente todas las CCAA de nuestro país, y en el papel que juega ante situaciones como la ocurrida en 1998 en Aznalcóllar, cuando el volumen de la respuesta científica requirió una institución con capacidad de nuclear, coordinar y gestionar actividades científicas diversas, complejas y ejecutadas por investigadores adscritos a todo tipo de instituciones.
El modelo adyuvante incluye además un nuevo cometido, el refuerzo, con recursos humanos asignados en principio al CSIC, de líneas de investigación desarrolladas en las universidades y que por su interés, importancia o urgencia necesiten una masa crítica de investigadores que la universidad, por los motivos que fueran, y no es difícil imaginarse algunos, no pueda alcanzar por sus propios medios. En este modelo el CSIC no compite con las universidades, sino les ofrece su colaboración, en cooperación con las consejerías competentes de las CCAA. Obviamente la puesta en marcha de este modelo requiere un refuerzo diferencial de la Oferta de Empleo Público, de forma tal que parte de la política de recursos humanos dedicados a la investigación en las universidades españolas se canalizase a través del CSIC. Hay muchas razones para pensar que esta forma de proceder podría ser la más eficaz, dado nuestro sistema de I+D y nuestro sistema universitario, pero no es este el lugar para entrar en estos por menores. No parece necesario explicar porqué este modelo reforzaría el carácter estatal de nuestra institución, y posiblemente de una forma que incluso las CCAA más reivindicativas verían con buenos ojos. Personalmente creo que la investigación debe tener una componente estatal muy fuerte, y aquí sólo quería esbozar una medida concreta encaminada a dar más contenido a ese carácter estatal de nuestra institución. No dudo de que pocas decisiones, de las que quedan tras
pasarlas por el filtro del realismo, puedan tener más calado para el futuro del CSIC, y para el del sistema de I+D español en general, que ésta. Además estamos hablando de una medida de costes mínimos.
Pero no es fácil encontrar apoyo para el modelo adyuvante. Dentro de nuestra institución se podría ver como una simple cesión de recursos del CSIC a las universidades, contradiciendo el discurso dominante de nuestros tiempos, que lo que pide es competir. ¿Qué sentido tiene competir con las universidades si les ofrecemos colaboración en algo tan importante como el refuerzo de sus recursos humanos? Conviene recordar aquí que tan o más importante que competir es cooperar para sumar recursos y esfuerzos sinergéticamente, para así poder Competir a un nivel superior. En esta línea de pensamiento se inscriben las Unidades Asociadas al CSIC, que vienen operando desde hace casi una década, y que podrían ser, adecuadamente ampliado su horizonte, el instrumento para gestionar esta nueva política de recursos humanos.
Además no es una colaboración desinteresada: nuestra institución debe también capitalizar los éxitos obtenidos por ésta en la medida que le corresponda. Por otro lado,
¿por qué compartir recursos humanos si nuestros propios centros e institutos necesitan investigadores jóvenes de forma perentoria y palmaria? Esta cuestión refleja subliminalmente ese sentimiento, siempre presente, de estar ante situaciones de suma cero: lo que se pone en un sitio se quita de otro. Eso es así a gran escala, pero no necesariamente dentro del universo de la 1+1.
El Estado puede, dentro de los límites de sus presupuestos, dedicar más recursos humanos a la I+D para una medida de alcance y valor estatal, y que, de otra forma, se perderían para la I+D. Claro está que todo esto nunca es demostrable; es bien sabido que en política las consecuencias de tomar o no una decisión son difícilmente comparables de forma rigurosa.
Tampoco es evidente el apoyo que recibiría el modelo adyuvante de fuera de nuestra institución. Algunos lo pueden percibir como una ingerencia, otros como un refuerzo injustificado del CSIC. También se puede temer que toda plaza que llegara con la etiqueta de investigador dejaría de llegar con la etiqueta de profesor. Además, la eventual pérdida de uniformidad de sueldos en el sistema de UD español puede crear tensiones
que dificulten la presencia de investigadores del CSIC en las universidades.
Y a pesar de todo creo en el modelo adyuvante optimizaría los recursos humanos asignados al sistema de l+D español y reforzaría al CSIC y a las universidades, ofreciendo a éstas una nueva vía de incorporación de investigadores. Y no olvidemos que las universidades son una pieza insustituible del sistema de UD español.
Memorias Contemporáneas (1986-2002)
http://hdl.handle.net/10261/41740
10.20350/digitalCSIC/10017
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España)
Memorias
CSIC
Memoria 2000